viernes, 8 de abril de 2011

LA ETICA Y LA SOCIEDAD ACTUAL (10°)

Significa actuar con caridad y amabilidad. Este principio está incorporado en actos a través de los cuales los servicios o cosas que benefician a la gente son provistos, incluyendo el concepto más complejo de balancear los beneficios y los perjuicios, usando los costos y beneficios relativos de decisiones y acciones alternativas como base para optar entre alternativas. Establecer prioridades en los recursos ha sido una preocupación permanente en las distintas políticas de planificación en la década del sesenta. Se tuvo en cuenta la magnitud del daño, la trascendencia en relación con las distintas edades y las posibilidades de la medicina para controlar el daño. Pueden establecerse códigos que superen el nivel de compromiso de una lealtad de dientes afuera. Posteriormente, estos códigos han de transmitirse, respetarse y convertirse en documentos prácticos vivientes. Otro mecanismo interesante es la creación del “defensor ético”. La responsabilidad fundamental de esta persona sería la de identificar las cuestiones generales de carácter ético que deberían transmitirse constantemente a la gerencia y a los empleados, junto con las cuestiones convencionales de marketing, operativas, financieras y jurídicas. En la actualidad, los valores básicos de la cultura universal son: la verdad para el conocimiento, la justicia para la política, el bienestar para la ética y la belleza para la estética. Francois Lyotard LA ÉTICA Y EL TIEMPO “Lo bueno y lo malo” no es algo fácilmente individuable Una vieja definición nos dice que la ética es aquella disciplina que nos indica lo qué está bien y qué está mal. Esta definición es bastante incompleta y vaga. En primer lugar, porque “lo que está bien o mal” puede ser entendido de muchas maneras. Algunos lo entienden en clave subjetiva: lo que cada uno piensa que está bien o está mal. Por ejemplo, a veces una persona piensa que está bien emborracharse, o usar de violencia contra los hijos, o incluso vengarse y asesinar a un enemigo. Otros saben que algo está siempre mal, pero se dejan llevar por un momento de pasión, y luego se justifican: no quería hacerlo, estaba fuera de mí, etc. Otros entienden “lo que está bien o mal” en clave sociológica: lo que es admitido en una sociedad se convierte en algo bueno o, al menos, tolerable. La historia nos muestra cómo cambia, en los lugares y en los siglos, la percepción sobre lo bueno y lo malo, lo que se permite o se prohíbe en cada grupo humano. En la actualidad predomina un cierto modo de ver “lo bueno y lo malo” que no coincide con lo que se pensaba hace 100 años. Ahora muchos ven la anticoncepción como un progreso científico y ético. Otros consideran el divorcio como algo bueno. Estas ideas, hace 100 años, eran condenadas como erróneas desde el punto de vista ético, y hoy, en cambio, son vistas como aceptables. Lo anterior nos da a entender que “lo bueno y lo malo” no es algo fácilmente individuable, y que las opiniones cambian con el pasar del tiempo. La ética, que no puede quedarse en constatar lo que es permitido o promovido en un determinado pueblo, en un tiempo de la historia. Lo bueno y lo malo no puede depender de opiniones ni de culturas, pues entonces lo único “malo” sería oponerse al pensamiento dominante (¿y por qué eso sería malo?). En ese caso, Sócrates habría sido un perverso, Cristo un fracasado que no aceptó la autoridad que dominaba en su pueblo, Pablo de Tarso un extraño que hablaba de castidad en un mundo donde el sexo se vivía sin traumas, Francisco de Asís un psicópata que defendía la pobreza cuando el bienestar llamaba a las puertas de Europa. Precisamente porque la ética no coincide con la “cultura dominante”, hay y habrá miles y millones de seres humanos que vivirán según unos principios que valen por sí mismos. Aunque para vivir así tengan que ir a un campo de concentración nazi o comunista, aunque todos se rían de ellos por aceptar el tener muchos hijos, aunque se les critique de “retrógrados” o “anticuados” por defender lo que vale por encima de la ola de la moda. Quizá esos hombres, esas mujeres, muestran que hay un bien y un mal superior, por el que vale la pena estar dispuestos a morir. No es “ético”, para conservar la vida, perder los motivos del vivir, según una famosa frase del poeta romano Juvenal. La máxima expresión de la grandeza humana consiste en estar dispuestos a ser condenados por el pensamiento dominante para vivir según valores que valen siempre, porque están escritos, de un modo misterioso y profundo, en la conciencia de cada ser humano. Aunque el polvo del “progreso” quiera sepultarlos en el olvido o quiera rechazarlos con desprecio. UNA ÉTICA ABANDONADA Y MALTRATADA ¿Cuáles son las barreras que impiden a los seres humanos definir por sí mismos sus reglas de comportamiento? La ética parte del reconocimiento de que todos tenemos y cada uno “tiene sus límites”. Límites en cuanto a la realización de los deseos y/o la fijación de metas u objetivos y/o a los medios para alcanzarlos. También parte del reconocimiento de que todos y cada uno se debe a los demás, no sólo y no tanto porque tengamos la propiedad de ser seres sociales sino sobre todo porque los otros forman parte de nuestro ser íntimo, en una multitud de aspectos. Es decir que estamos constituidos por una propiedad social específica: la de tener a los demás en nosotros mismos. La base del reconocimiento de límites y la del reconocimiento de “los demás en mí”, fundamentan el sentimiento ético, aunque no una Ética propiamente dicha. ¿Por qué? Pues porque estos dos fundamentos no bastan por sí solos para definir los principios a los cuales ajustar nuestra conducta. Aquí es donde descubrimos una tercera base: la del espacio de libertad de la que gozamos para definir qué entendemos y dónde ponemos nuestros límites; así como también a quiénes consideramos y a quiénes excluimos como “los demás en mí”. Por ejemplo, desde el pensador que en actitud filosófica define que “nada de lo que es humano me es extraño”; hasta el integrante de una secta o de un grupo mafioso que cree que solo se debe a los que pertenecen a su círculo estrecho, hay una enorme gama de posibilidades para el ejercicio de nuestra libertad. A través de ella constituimos nuestra individualidad como seres diferentes y únicos. Pero notemos que se trata de un espacio de libertad para elegir nuestra forma de ser, pero también para elegir los límites y para comprender lo humano y a nosotros mismos, de modo que definamos a quienes aceptamos como prójimos, o sea a quienes encarnaremos - con acierto o equivocadamente - como “los demás en mí”. Es decir que, a través de nuestra libertad, somos seres autónomos - y responsables en la misma medida - pero no independientes, o sea, no arbitrariamente libres (como lo postulan los “principios” antiéticos posmodernos). Esto significa que tenemos la libertad de fijar los límites, pero no de no tener ninguno. Tenemos también la libertad de decidir a quiénes consideramos nuestros prójimos, pero no la de no tener ninguno (como lo postula el individualismo egocéntrico actualmente de moda). Y la razón de esto es obvia: si los demás están en mí - me guste ello o no - actuar sin que me importen nada los demás implica la destrucción de la base de mi propio ser. Ni siquiera esta razón perfectamente egoísta parece considerar ni querer ver los partidarios actuales del individualismo extremo.